Muchos hablan mucho
del futbol argentino pero normalmente se enfocan a comentar superficialmente
estadísticas y números que no dejan ver la realidad del deporte en ese país y
ocultan una profunda crisis que cada vez es más obvia y perniciosa.
Para muestra un
botón: El pasado 15 de diciembre, unas horas antes del comienzo de un partido
entre Vélez Sarsfield y San Lorenzo en el que ambos luchaban por el título de
la liga, se encontraron armas blancas, bengalas y algunos otros tipos de
artefactos prohibidos por lo que una juez determinó que no era prudente llevar
a cabo el partido y es que la corrupción en dicho país ha llegado a tal grado
que se había juntado un arsenal en el propio estadio para que los fanáticos
pudieran pasar perfectamente el control policial y armarse una vez adentro. La
juez determinó que ante esto no era conveniente llevar a cabo el partido y dio
la orden para cerrar las puertas del estadio de Vélez.
La presión de la
Federación Argentina de Futbol se sintió al instante y las altas esferas
comenzaron a movilizarse pero la juez se mantuvo firme hasta que el Secretario
de Seguridad Pública y el Jefe de la Policía accedieron por escrito a
responsabilizarse de la situación y la policía tomó cartas en el asunto
revisando las instalaciones a fondo y apuntalando la seguridad para evitar
cualquier desaguisado.
Lo cierto es que el
futbol argentino está siendo víctima de sus propios errores y es que las
irregularidades y favores han cundido hasta el punto de que han perdido el
control del juego y el espectáculo cada vez brilla más por su ausencia. Muchos
directivos apostaron por las ya famosas barras bravas y se sirvieron de ellas
por años para diversos fines pero ahora estos grupos violentos se han salido de
control y amenazan con desquiciar el deporte alejando a las familias de los
estadios y los incidentes cada vez son más frecuentes.
La teatralidad ha
superado cualquier previsión y cada vez se aleja más el espectáculo del futbol,
algo que va generando una presión cada vez mayor sobre jugadores, equipos y
aficionados y parece una pesada losa que hasta el momento nadie se atreve a
mover.
Si bien las muestras
son cada vez más frecuentes y los incidentes en los que aficionados furibundos
atacan jugadores o instalaciones e interrumpen entrenamientos o retrasan
partidos, las altas esferas del futbol argentino siguen apostando por sus
buenas relaciones con el poder y se niegan a analizar el problema que ellos
mismos han creado pese a que las pérdidas en las finanzas de los equipos se
hacen cada vez más obvias y las dificultades cada vez más difíciles de ocultar.
¿Hasta dónde
llegarán? ¿Hasta cuándo se atreverán a llevar a cabo cambios que les permitan
regresar al verdadero espectáculo que es el futbol? Esperemos que pronto
encuentren soluciones que permitan al futbol argentino reencontrarse con su
esencia y volver a desplegar ese futbol que los ha hecho grandes en el
continente y en el mundo.
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